Tomás Gaeta, Santiago Medina, Josefina Mösle. Con la tecnología de Blogger.

Este cuento vive en un papel

Perfil de Magdalena Helguera.


Entrevista y fotos por: Josefina Mösle.

La clase entera la escucha atentamente. “El cuento que les voy a contar ahora es un cuento que todavía está esperando”, dice ella.  “No tiene un libro. Este cuento vive en un papel”, y así comienza su relato. Cada palabra hila una historia, y esa historia la había escrito ella, pero sus alumnos no lo saben. “Leelo de nuevo”, le exigen, le piden, les encanta.

Así comenzó a compartir sus cuentos Magdalena Helguera. Se los contaba a sus alumnos, y si veía que les gustaban, les decía que los había escrito ella. Al principio les resultaba raro, y a ella también, porque no se tenía confianza. De a poco se empezó a animar. Mandó cuentos a concursos, empezó a obtener menciones y finalmente, logró publicar su primer libro.

Aunque nació en Montevideo, Magdalena quedó marcada por sus visitas familiares en vacaciones a El Pinar, las cuales estuvieron plagadas de acontecimientos y anécdotas divertidas que la inspiraron luego al escribir. Siempre fue una persona de perfil artístico; a una temprana edad descubrió su gusto por las manualidades, los títeres y los libros. Quería ser maestra de jardinera. Le encantaba la literatura, pero cuando llegó el momento de elegir una carrera, no se le pasó por la cabeza ser escritora, porque todos los autores que ella conocía eran extranjeros, estaban muertos o llevaban una vida desgraciada. Horacio Quiroga, Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou…  Por ese entonces, sólo escribía para sí. Cuando se enojaba con alguien, escribía todo lo que no se le había ocurrido decir en el momento, y así se le iba la rabia.

Magdalena se considera una persona abierta, que se lleva bien con gente de diferentes actividades y con distintos modos de vida. Esa es una de las lecciones que aprendió cuando se unió a los quince años a los scouts, donde conoció a quien luego sería su marido. Su historia de amor parece de película: lo vio por primera vez cuando tenía dieciséis años, sacando fotos en un evento de los scouts, pero poco después él dejó la agrupación para reintegrarse luego, para cuando ella tenía 20 años. Se enamoraron y se ennoviaron rápidamente, y se casaron un año y medio más tarde. Luego de dos años tuvieron a su primera hija, y casi tres años después a su segunda, quienes hoy tienen 32 y 29 años respectivamente.

Fue al criar a sus hijas cuando surgieron sus primeros cuentos. Les inventaba historias para calmarlas cuando se portaban mal. Al principio, sentía que lo que hacía no era bueno, y tenía vergüenza de mostrarlo y que le tomaran el pelo, entonces mandó algunos cuentos a concursos bajo pseudónimo. Al ver que obtenía menciones, su seguridad fue aumentando, aunque seguía considerando la escritura como un hobby. Magdalena recuerda un concurso de una revista en la que logró una mención: “Había un montón de gente. Todos pasaban y decían ‘el escritor Fulano, el escritor Mengano’, y yo pensaba, ¿todos son escritores por haber ganado una mención? Cuando yo pasé dije, 'disculpen, pero yo no soy escritora todavía, yo soy maestra y me gusta escribir'”. En 1981 se graduó de docente y comenzó su trabajo en dos escuelas en simultáneo.

Una de sus alumnas de primaria, Rocío, cuenta que en la primera reunión de la escuela, Magdalena les pidió a los padres que lograran que sus hijos pudieran dedicar todos los días, antes de irse a dormir, al menos diez minutos a la lectura de cualquier libro que les gustara. Así fue como, noche a noche, leer pasó de ser una tarea a ser una pasión. La ex alumna relata que sus clases eran divertidas, creativas y se sentían “como si formáramos parte de una historia en la que ella era la heroína”. Luego de tenerla como maestra, Rocío reafirmó su deseo de ser docente cuando creciera. Y así fue. Hoy intenta generar en sus estudiantes el mismo amor y pasión que ella logró transmitirle.


“Cuando yo pasé dije, 'disculpen, pero yo no soy escritora todavía, yo soy maestra y me gusta escribir'”


Magdalena es colorida, como sus libros. Desde sus lentes de color verde turquesa hasta sus zapatos amarillo tierra, todo su atuendo es luminoso. Sentada en una mecedora en el living-comedor de su casa, la autora y docente combina perfecto con el ambiente. La sala es amplia. Cada superficie está ocupada por una multiplicidad de objetos de lo más variados. Una radio antigua reposa en uno de los estantes de un gran mueble que ocupa una pared entera. Pero lo que más llama la atención es la enorme biblioteca que parece dominar todo el ambiente. Era de su bisabuelo, y tuvieron que traerla desde Montevideo a Lagomar en partes. Muchos libros la pueblan, aunque todavía no tuvo tiempo de agregar a ella sus premios y su colección de juguetes antiguos.

En su imponente biblioteca, Magdalena aloja
la mayoría de los libros de su autoría. Foto: Josefina Mösle.
Algunos rayos de sol se cuelan por la ventana entre las sombras de la abundante naturaleza que rodea la casa. Afuera, se escuchan los ladridos de sus tres perros. Llegó a tener siete. Magdalena se jubiló de la docencia en febrero de este año, y desde entonces intenta no ir a Montevideo salvo para hacer trámites. Sus días cambiaron mucho desde que se retiró, aunque todavía no se acostumbra, porque no ha tenido un día de descanso. Todas las mañanas se levanta y mientras desayuna, lee sus mails o las noticias. Ahora que tiene más tiempo libre, se dedica a arreglar su casa, y ayuda a una de sus hijas, que se está por mudar. Sale en bicicleta en las tardes soleadas. Y de a poco intenta volver a escribir.

Logró asumir que tenía una mitad docente y otra mitad escritora recién por el año 1994, cuando ya había publicado varios libros. Fue entonces cuando tuvo la oportunidad de dejar una de las escuelas en las que trabajaba y de lograr dedicarse profesionalmente a la escritura. Magdalena cuenta que en aquel momento, no había costumbre de pagar derechos de autor, e incluso algunas editoriales consideraban que el escritor debía estar agradecido de ver sus libros publicados. La autora opina que en ese aspecto la literatura uruguaya ha avanzado mucho desde entonces, aunque aún hay un largo camino por recorrer.

Una vez que comenzó a profesionalizar su escritura, decidió estudiar Licenciatura en Letras para enriquecer su estilo. Aunque en esa carrera no se estudia literatura juvenil, la experiencia fue muy enriquecedora para ella. Cursó también la Maestría en Lenguaje, cultura y sociedad en la Facultad de Humanidades. Sin embargo, antes de terminar su tesis de investigación sobre literatura infantil en Uruguay, falleció su padre. Todavía no ha logrado retomarla, aunque piensa hacerlo.

Para Magdalena, escribir es terapéutico. Cuando pasa mucho tiempo sin hacerlo, no puede dormir. Para ella, el momento de sentarse a poner sus ideas en papel es un momento de felicidad en el que se olvida del mundo, y luego de pasar unas horas escribiendo, logra dormir tranquila. Lo más gratificante en su experiencia es poder compartir eso que le hace tan bien y sentir que también le hace bien a otros, además de que esa felicidad haya podido pasar de ser un hobby a ser una profesión de la cual puede vivir y conseguir su sustento. “Al principio cuando escribía como un hobby, escribía con una culpa bárbara, porque era sacarle tiempo a preparar las clases, sacarle tiempo a mis hijas, a mi marido, a mi casa, y era una cosa que disfrutaba solo yo, era como un lujo que me daba”, expresa Magdalena. Su punto de vista fue cambiando con el tiempo, y hoy puede reconocer a la escritura como su espacio no sólo de relajación, sino también de trabajo.

A la hora de escribir, encuentra inspiración en los diálogos que escucha en el ómnibus y en su momento en la escuela, entre los niños. Dos ejemplos son la trilogía “Hoy llegan los primos”, que está inspirada en sus vacaciones familiares en El Pinar y la vida de balneario, y “Cuentos asquerosos”, que toma escenas desagradables que ocurren en la vida cotidiana de los alumnos en la escuela. No obstante, no necesariamente se basa siempre en escenas de la vida real. “Para mí es más fácil inventar que tratar de escribir las cosas como fueron”, explica Magdalena, “pero desde el momento en que algo que ocurrió pasa al libro, ya es ficción”.

“Desde el momento en que algo que ocurrió pasa al libro, ya es ficción”

Llegó un punto en su vida en que se cuestionó el hecho de escribir sobre temáticas divertidas y no abordar realidades más difíciles. Fue así como escribió su primer libro con un protagonista de vida conflictiva, “Planeta Monstruo”, el cual fue reeditado recientemente.

Una vez que comienza a hablar, Magdalena no para. Reclinada en su mecedora, se la nota relajada, cómoda. Resulta visible que le gusta conversar, y sus anécdotas son atrapantes; parece una profesional del habla. Carcajadas contagiosas puntualizan el final de cada cuento que relata, y siempre que quiere hacer algo evidente, recurre a ejemplos tan vívidos de su experiencia que logran evocar imágenes fieles en la mente de sus interlocutores. Su tono de voz y la cadencia con que pronuncia cada oración hacen que todo lo que narra parezca salido de una historia. Quien la escucha se ve atrapado desde el principio al final, como si de uno de sus libros se tratara.

La organización mental que tiene la autora para expresar su oralidad no se repite al escribir: Magdalena no tiene un método fijo de escritura, sino que es más bien bastante desorganizada. Cuando se le ocurren ideas para sus historias, las anota. Al momento de sentarse a escribir, repasa todas sus anotaciones, y ve con cuál se engancha. No sigue un procedimiento ya estipulado ni planea lo que va a escribir, sino que le va saliendo de a poco. A veces empieza desde un personaje o desde una situación, y de ahí, va extendiendo la trama. “Yo tengo fe que siempre llega un momento en que todo se me ilumina y cierra, en el que todo se redondea”, afirma.

Las constantes distracciones que le causan las tareas de la casa y los compromisos laborales hacen que le sea difícil concentrarse, y eso afecta mucho su ritmo de escritura. Cuando se dedicó a la Licenciatura en Letras, se ponía el chip académico y le costaba más entrar en la literatura. Generalmente, el único momento en el que lograba avanzar en sus proyectos literarios era cuando estaba de licencia. Lo mismo ocurría cuando se enfocaba en la docencia: el corregir y preparar las clases le quitaba la mente del mundo literario. Pese a ello, nunca se presionó para escribir. Muchas veces intentó hacerlo en cualquier tiempo libre que tuviera, y fue así, en esos ratos, que comenzó a escribir poesía. Ahora que está jubilada, más tranquila y con más tiempo, logró retomar una novela que había comenzado en 2003.



Magdalena y sus libros by Fuente y Palabra on Exposure

Magdalena admira a la gente que no se pone nerviosa en situaciones difíciles, dado que se reconoce como una persona a la que cualquier adversidad de la vida cotidiana la deja intranquila, le quita la paz. Respeta a quienes, como ella, son fieles a lo que creen, a quienes que asumen lo que quieren hacer y lo hacen. Uno de sus objetivos actuales es lograr ser más ordenada y ayudar a su memoria. Sus aspiraciones a largo plazo son tener un nieto y poder seguir escribiendo y publicando. Le gustaría aprender a dibujar, aunque dice que no ilustrará sus libros porque respeta el trabajo del ilustrador. Es una gran defensora de su trabajo y del lenguaje, los cuales venera fervorosamente.

Se define, por un lado, como una persona con poca paciencia, que se estresa con facilidad y se enoja frecuentemente. Una de las cosas que más le molestan es que siempre se esfuerza por cumplir con todo lo que tiene que hacer, y después se frustra cuando ve que los demás no hacen lo mismo y se toman las cosas a la ligera. Su afán por cumplir con todas sus obligaciones es un rasgo muy notorio de su personalidad. Por otro lado, Magdalena se piensa a sí misma como una persona auténtica, creativa, observadora y sincera, que dice lo que piensa a pesar de que no caiga bien.

Todas esas cualidades encajan perfectamente con el perfil de la mujer que está sentada hablando tranquilamente en la mecedora. “No sé si la gente es toda tan sincera, hay muchos que me dan una imagen muy negativa de mí, pero trato de no tenerlos muy en cuenta”, dice, y larga una de sus risas.

Se enorgullece de haberse animado a seguir con la escritura, de haber roto esa inseguridad inicial que caracterizó sus trabajos, ese prejuicio de que lo suyo no le iba a gustar a nadie. Otra cosa que la enorgullece es haber defendido la profesionalización de la escritura, y haber ayudado a otros en ese camino. Magdalena siente que desde su lugar ha podido aportar su grano de arena en el avance del conocimiento sobre la literatura infantil uruguaya, y espera poder seguir haciéndolo. En lo personal, la autora destaca el haber logrado construir una pareja duradera con su marido, que todavía sigue adelante con felicidad y al que volvería a elegir una y otra vez. Un arrepentimiento para ella es haberse dejado influenciar por otras personas en la crianza de sus hijas, y haber tomado decisiones que quizá las perjudicó de alguna manera por escuchar demasiado los consejos de los demás.

Le gustaría ser recordada como una buena persona y una buena escritora que se mantuvo fiel a su calidad literaria y no se dejó llevar por el mercado. “A veces me preguntan si pienso dejar de escribir algún día. Ser escritora es una carrera para toda la vida. Si un día veo que escribo muy porquería, que no me conformo a mí misma, voy a seguir escribiendo, pero espero tener la sensibilidad como para darme cuenta de no ofrecerlo para publicar”, expresa la autora, y es la única frase que termina sin reírse.

“A veces me preguntan si pienso dejar de escribir algún día. Ser escritora es una carrera para toda la vida.”


Cuando termina de hablar, Magdalena abre la biblioteca y saca de ella todos los libros de su autoría. Los va poniendo de a poco sobre la mesa, y cuando termina, los mira. La mesa es ahora es una mancha de colores, dibujos y palabras de todo tipo y tamaño, una mezcla de emociones, de risas, de historias. Esta vez no necesita decir nada. Está todo allí, en las letras.



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